31 Enero 2012
El príncipe de paz
Hace años, conocí a un joven que formaba parte de una banda de motociclistas. Había crecido en un campo misionero donde servían sus padres. Cuando su familia volvió a su país natal, él aparentemente no pudo adaptarse a ese entorno. Vivió una vida tumultuosa y murió en medio de una pelea callejera entre bandas rivales.
He participado en muchos funerales, pero ese es el que más recuerdo de todos. Se hizo en un parque donde hay una hondonada cubierta de hierba natural alrededor de una laguna. Sus amigos estacionaron las motocicletas formando un círculo y se sentaron sobre la hierba rodeándonos, mientras un amigo y yo dirigíamos la reunión. Hablamos de manera sencilla y breve sobre la conciliación entre grupos en conflicto y la paz interior que el amor de Jesús puede brindar.
Después, un integrante de la banda de motociclistas nos agradeció, empezó a caminar para marcharse, pero luego volvió. Jamás olvidaré sus palabras. En su jerga, dijo que tenía una motocicleta, un apartamento y una novia; después, agregó: «Pero no tengo paz». Entonces, hablamos de Jesús, que es nuestra paz.
Ya sea que tengamos una Harley Davidson o un Cadillac, una mansión o un pequeño apartamento, un ser amado o a nadie… no importa. Sin Cristo, no hay paz. Él dijo: «La paz os dejo, mi paz os doy…» (Juan 14:27). Este regalo es para todos los que confían en Él. ¿Le has pedido su paz?
Jesús murió en nuestro lugar para darnos su paz.